«Jefe, si lo que nunca falta es camello. Yo por ejemplo vendía caramelos en los buses y me metía 300 latas, más de lo que ganaba aquí, sólo que usted sabe que aquí es seguro», me decía hace dos años uno de los obreros de planta del lugar que trabajaba en ese entonces, mientras hacía una encuesta de clima laboral para uno de los tantos y típicos proyectos de investigación que se debe presentar en cada materia de la universidad.
No era uno de esos “carameleros” que se trepan en grupos de cuatro en los buses de Guayaquil, y te avisan que recién salieron de la Penitenciaría y piden que los ayudes con un dólar a cambio de 3 frutellas. Eran otros tiempos. Dos años atrás los obreros del lugar donde trabajaba estaban tercerizados, el sueldo que recibían llegaba a $ 170.00 mensuales y no habían tantos comerciantes trabajando en el transporte público. La brecha entre asalariados e informales era más estrecha y en varios casos las oportunidades de ingresos de los últimos superaban a las de los primeros. Pero la tercerización se abolió, los salarios mínimos aumentaron y como todos sabemos, en Guayaquil cuando uno tiene una idea rentable, esta se propaga y a los pocos días podrá ver como una gran cantidad de personas se dedican a la misma actividad, saturando el mercado, imposibilitando cualquier oportunidad de ganancias, y la competencia en un principio beneficiosa se vuelve un virus que no deja de expandirse acabando con todos los recursos. Si esto pasa a nivel formal, en una ciudad donde todas las personas quieren ser empresarios, lo que no significa dedicarse a una actividad industrial sino ponerse un pequeño negocio (conozco tanta gente que tiene negocios de comida, tantas galerías comerciales que venden los mismos productos – seguramente el proveedor es uno solo –, tantas personas que alquilan sus autos como taxi y tantas casas en calle principal, igual a la del vecino, con un local a la entrada para alquilar), imaginen lo que sucede en el mercado informal, donde se necesita una pequeña inversión y es el refugio de más de la mitad de la población (por este sector el desempleo no es mayor al 10%).
Sin embargo en la revista Soho del mes pasado, edición dedicada al dinero, leyendo dos perfiles realizados a personas discapacitadas dedicadas a pedir caridad en importantes calles de la ciudad, que señalan que en promedio ganan entre 15 y 20 dólares diarios, muestran que el negocio es aun es rentable (aunque esto puede ser únicamente para el caso de las personas que se dedican a pedir ayuda – sin olvidar el mayor costo de vida que tienen que asumir los discapacitados - y no en los comerciantes, en una Guayaquil donde no nos gusta pagar impuestos, a todo le pedimos una rebaja pero nos encanta tener fundaciones – debe ser como lo que decía Sabato, que ayudar a un mendigo no es un acto para favorecer al otro sino para limpiar la conciencia propia -).
Esto a colación por el desinterés del Municipio en las protestas (algunas con violencia) realizadas por los informales para exigir sus derechos a un trabajo libre, y el interés político del Gobierno en apoyar esta medida, no por defender las libertades de este colectivo, sino para ganar adeptos.
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