9 de julio de 2009

El diablo es mujer

La vida se hace en borrador y no nos es dado corregir sus páginas (Antes del fin, Ernesto Sabato).


Meses atrás Juan Fernando Andrade, en su blog, escribió acerca de Amelie Nothomb. Ahí la conocí por primera vez. Y hace días, un par de locos belgas que compraron una kombi en Ushuaia y con la que pretenden llegar hasta México, también me la recomendaron. Ahí me decidí en ir al dealer de confianza y me hice de “Antichrista” y de “Ni de Eva ni de Adán”, novelas de la escritora con pinta de Mary Poppins y que revela una fuerte personalidad con los gestos que pone en sus fotos, como una prueba de que al final para ella todo es un juego. En sus novelas también se denota el mismo carácter fuerte que a veces puede resultar pedante.

Además de resaltar lo usual, lo superfluo, lo banal, de que Amelie es belga pero vivió muchos años en el Extremo Oriente de Asia, principalmente en Japón y China, por su calidad de hija de diplomáticos (tal vez eso fue lo que la impulsó a escribir), el resto, lo importante, lo que vale la pena, está escrito en sus obras, porque la mayoría de sus libros hablan de ella misma (desde hace años escribe tres novelas en el año y publica una). Un acto de valentía, aunque a veces parezca algo voyeur, epicúreo o nihilista, ese de desnudarse y presentarse crudamente tal como es; y también de desnudar a sus amigos y seres que tiene alrededor con todos los “peros”, traiciones y homenajes que eso trae.

Amelie estudió filología en una universidad pública, de claras tendencias liberales – socialistas, pero al tener el apellido de una familia burguesa católica y su abuelo ser un famoso político conservador de décadas pasadas, su estancia universitaria no fue sinónimo de amistades y buenas relaciones con sus compañeros de salón. De estas experiencias escribió “Antichrista”. Libro que en un principio te atrapa y no te suelta, aunque el final cansa y da la impresión de que la autora lo quiso terminar rápido. Un solo corte a la yugular. Eso de terminar las cosas rápidos es algo que se repite en las pocas hojas que tiene la novela. En esas pocas hojas Amelie pone una infinidad de eventos, pero de todos ellos solo te dice lo necesario. El resto va por cuenta de tu imaginación. Antichrista parece un pariente bizarro de las cursis novelas de Carlos Cuauhtémoc Sánchez. Alguien con actitud. Y eso para los latinoamericanos es bastante, porque muchos tuvimos que soportar tamañas ridiculeces del autor mexicano, y Antichrista exorciza, pero al final destruye este tipo de textos para quinceañeras sentimentales. Un regalo perfecto para ellas.

Blanche es la protagonista principal. No tiene amigos pero seguro me caería muy bien. Está llena de inseguridades a sus 16 años. No tiene interés en relacionarse con muchas personas aunque quisiera tener un amigo verdadero. Lastimosamente conoce a Christa, quién es todo lo contrario: llena de vida, seductora, con aspecto virginal pero a la vez sensual, con confianza en todo lo que dice. Una relacionista pública de si misma. Y ahí viene el lastimosamente, porque Christa aprovecha sus atributos para apoderarse de todo las pocas personas y cosas que a Blanche la rodean. Aunque también le enseña a vivir en algo a Blanche y a valorar más esas personas y cosas que la rodean, pero aquella enseñanza no puede volverse perpetua.

Christa me resulta familiar al personaje de Mina Suvari en “American Beauty”. Esas mismas ganas de ser alguien a costa de humillar al resto. De mostrarse con inocencia ante el mundo pero revelando, cuando las cámaras están apagadas, un lado oscuro a personas como Blanche (que sumida en su propio mundo puede ver más que el resto). Y en libro Blanche está atrapada en eso. Ella es quien cuenta la historia, su vida desde la llegada de Christa.


http://www.elpais.com/articulo/portada/Amelie/Nothomb/elpepusoceps/20090301elpepspor_6/Tes http://www.elpais.com/articulo/semana/Tener/hambre/terrible/tener/posibilidad/padecerla/peor/elpepuculbab/20060128elpbabese_1/Tes
Sabía muy bien que no la conocería. Era incapaz de acercarme a ella. Siempre esperaba a que los demás me abordaran: nunca lo hacía nadie.
La universidad era eso: creer que ibas a abrirte al universo y nunca encontrar a nadie.

Siempre había estado sola, lo cual no me habría disgustado si hubiera sido como consecuencia de una elección. Nunca lo había sido. Soñaba con sentirme integrada, aunque solo fuera para permitirme el lujo de desintegrarme inmediatamente después.

Tenía dieciséis años. No tenia nada, ni bienes materiales, ni bienestar espiritual. No tenía amiga, ni amor, no había vivido nada. No tenía idea de nada, no estaba segura de tener alma. Mi único patrimonio era mi cuerpo.

A los seis años, desnudarse no significa nada. A los veintiséis años, desnudarse ya se había convertido en una vieja costumbre. A los dieciséis años, desnudarse es un acto de inusitada violencia.

De regreso en mi habitación, me desnudé ante el gran espejo y me contemplé: de la cabeza a los pies, aquel cuerpo me insultó. Me pareció que Christa no la había criticado lo suficiente.
Desde mi pubertad, detestaba mi físico. Constaté que la mirada de Christa había empeorado la situación; ya sólo podía verme a través de sus ojos y me odiaba a mí misma.

No hay mal que por bien no venga: en mi casa, había recuperado mi habitación y mi derecho a la lectura. Nunca leí tanto como en aquel periodo: devoraba, tanto para compensar las carencias pasadas como para afrontar la inminente crisis. Aquellos que creen que leer es una evasión están en las antípodas de la verdad: leer es verse confrontado a lo real en su estado de mayor concentración; lo cual, extrañamente, resulta menos espantosa que vérsela con perpetuas diluciones.

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