Años atrás, ver al niño sentado sobre la luna pescando sueños en el lago, que es el sello de Dream Works, era la premonición de estar a punto de presenciar una buena película, tampoco una que marque época pero al menos con todos los elementos necesarios para pasarla bien y querer volver a verla. La productora que nos mostró American Beauty se había quedado en el pasado hasta que el día de hoy vi The Soloist, aunque lo buena que me pareció es más por una cuestión de historia que por aciertos técnicos o artísticos.
El film del director británico Joe Wright finaliza mencionando que en la ciudad de Los Angeles (con Hollywood, Beverly Hills y el resto de the beautiful people), la quinta economía del mundo, noventa mil personas viven sin hogar. Noventa mil historias anónimas de locura, miseria, violencia, y una de ellas cautiva a Steve López (Robert Downey Jr.), un columnista de Los Angeles Times en busca de crónicas lejos de convencionalismos, perfiles individuales, íntimos, de habitantes de una ciudad donde todo pasa. Steve conoce a Nathaniel Ayers (Jamie Foxx), un músico que estudió en Juilliard y ahora vive en la calle, un vagabundo, parte del lumpen, que toca un violin de dos cuerdas, pero que siempre ha tenido al chelo como su instrumento principal. Un genio esquizofrénico (escucha voces todo el día) enamorado de la obra de Beethoven, incapaz de entrar a una habitación y obsesionado con la limpieza, de corazón puro y que entre devaneos varias de sus frases (pocas pero no una sola) está la verdad pura y dura.
La Alejandra de Ernesto Sabato en Sobre héroes y tumbas le decía a Martín, mientras ambos estaban el cuarto de ella, que para que Brahms haya escrito las hermosas melodías que estaban escuchando, en el mundo debió haber existido una cantidad de sufrimiento indescriptible. Algo parecido imagino al querer filmar escenas de todas las emociones (todos los sentimientos del mundo) que puede causar la música (desde la clásica hasta el jazz), y el director de The Soloist no acertó en esta tarea (lo + es que la historia es bastante sólida y los personajes creíbles; y después de haber visto la película de Charlie Kaufman, Synecdoche New York, donde se muestra a la vida real como una obra de arte, The Soloist podría ser el némesis que muestra al arte como un escape de la vida real y en algo lo logra). No hubieron los ingredientes necesarios para que se erizara la piel y la escena haya quedado grabada en el disco duro del cerebro (tarea difícil en algo tan sobrio como la música clásica, aunque las escenas del rezo, previo a la frase de que Bethoven y Mozart están en aquel hotel, igual de sucios y hambrientos, es genial). Le falto algo más al estilo A Beautiful mind de Ron Howard para reflejar esa pasión por algo que al mismo tiempo te destruye.
Las columnas de López se volvieron tan populares que la historia de Nathaniel se convirtió en un libro (y claro, después en la película que estoy relatando, es decir que Steven y Ayer realmente existen). Sólo que esta no es la historia de alguien que se relanza a la fama, al lugar que supuestamente siempre debió ocupar. Nathaniel ahora no está tocando en un teatro de Berlín o en Viena. Al menos dejó de vivir en la calle y tiene un amigo que no lo obliga a ser normal.
Nunca he tenido un columnista que realmente siga (por algo no sigo a Paulo Coelho u otros personajes de tan abominable estirpe), tal vez ahora soy más selectivo a la hora de leerlos, porque antes los leía a todos y leía más de un periódico al día; pero entre leer los Detectives Salvajes o alguna columna de diario con un comentario totalmente político, de hechos al parecer inalcanzables, prefiero lo primero. Aunque un periódico que cuente estas historias y les dé un seguimiento (sin necesariamente hacer las de Hunter S. Thompson) valdría la pena dedicarle tiempo. Claro que no hay que olvidar que estamos en tiempo donde, como decía David Sosa en El Telégrafo acerca de Truman Capote: hoy Capote estaría pidiendo permiso a su editor para que lo dejara ir a una calle porque su olfato le dice que allí se está cocinando algo y le estaría rogando para que no lo mande a una rueda de prensa del Gobierno de turno.
Acá abajo, el verdadero Nathaniel (que no sólo toca el chelo sino también el trombón, el saxofón, el violín, la guitarra y otros instrumentos más) en el programa 60 minutes de la CBS.
2 comentarios:
Juilliard, ¿cierto?
Linda la reminiscencia de Sobre héroes y tumbas.
Shaime: Ya corregí lo de la escuela de música (eso me pasa por no buscar en google) y las historias de Martín y Alejandra en Sobre héroes... siempre las tengo presentes, así son referentes para las semblanzas.
Saludos
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