«Muchos de nosotros habíamos vivido en Rayuela, y por tanto en la París de Cortázar» escribe Juan Cruz para diario EL UNIVERSO en el especial publicado en La Revista acerca de las ciudades de los escritores (en las próximas semanas alguien escribirá acerca de la Buenos Aires de Borges, la Cartagena de García Márquez, etc.). Y es verdad. Yo visité y viví en París leyendo Rayuela y pienso que todos los años tengo que volver. Al menos por un mes visitar las rue, caminar al lado del Sena, ver pasear a los clochards debajo de los puentes, escabullirme entre los callejones fumando galoises, detenerme en mitad de la calle a mirar algo como La Maga que sólo ella sabía que desde ahí las cosas se aprecian mejor, escuchar jazz con el club de la Serpiente en algún cuartucho del centro, y leer y buscar a Morelli.

Se suponía que de Sevilla iba a ir a Barcelona 4 días, luego hacer un tour rápido por la Costa de Oro en Francia y agarrar un tren o un bus que me lleve a París. Con suerte encontraría algo de la París de los sesentas de Rayuela y tendría una excusa para quedarme entre esa ciudad de final de comedia estadounidense que es ahora como lo mencionaba Ana Laura Lissardy cuando trataba de encontrar a un personaje de Cortázar con magros resultados. Creo que no buscaría a Horacio ni a La Maga, pero si esperaría encontrármelos por casualidad. Que me inviten a tomar un mate o a ir a una de las librerías donde dejaban entrar a los gatos. Tres cosas fallaron para no quedarme en París: el western – unión nunca llegó y en Barcelona el dinero se va mucho más rápido de lo previsto, a los franceses sólo les gusta hablar en francés, y en Madrid la cuestión se veía más prometedora después de un correo. Por esas cosas uno no va a París. Son parte de las coincidencias, de las Rayuelas.
No pude vivir en París, ni siquiera tocarla. Al menos estuve tres meses en Sevilla, que no inspira a escribir algo como Rayuela; pero tiene sus aires de pasado, de novela medieval. Tiene su encanto, sus gitanas queriéndote leer la mano a toda hora del día, los almuerzos extremadamente caros por lo que los bares de tapas son un refugio ante el hambre, sus parques llenos de naranjos incluso en invierno, su catedral de oro, el sol que no se esconde, las plazas con sus mesitas atiborradas de cerveza que se bebe todo el día, su torre de oro donde llegaban los buques de América, su antigua fábrica de tabaco con obreras que trabajaban en paños menores y que inspiraron las novelas eróticas del siglo XVII, las calles llenas de marroquíes, senegaleses y latinos. Al menos estuve por Sevilla.
El escrito de Juan Cruz en La Revista es para la nostalgia de un lugar que no he pisado. Pero tengo ganas de volver allá, así que como todos los años, después de terminar estas letras corro a volver a leer Rayuela.
La París de Cortázar por Juan Cruz comienza así:
Cuando se hace tarde en París muchos escritores enfilan hacia Saint André des Arts, donde hay un restaurante al que iba Pablo Neruda. Me lo contó un día Mario Vargas Llosa, que fue allí algunas veces con el maestro chileno; en ese momento Mario cenaba con nosotros, regocijado ante la comida y ante los recuerdos.
Es un restaurante muy parisino y también muy latino; allí se encuentra uno como si hubiera salido, por ejemplo, de Rayuela. Mientras comíamos aquellas viandas simples, servidas con un pan exquisito, el pan de París, me pregunté si Julio Cortázar alguna vez habría estado allí. Se lo pregunté a Mario y me dijo que no lo sabía; se había encontrado con él en muchos sitios de París, pero no recordaba haber estado allí precisamente… (Leer más).








