En tiempos de campaña electoral, Cuenca definitivamente es una excelente ciudad para vivir. Un sitio recomendable como cuando, comparando, hay un mundial de fútbol y las mujeres y hombres no amantes del deporte rey quieren encontrar un espacio de tranquilidad ante tanto jolgorio (aunque para el mundial de Sudáfrica, parece que todo el Ecuador será una tumba), o los que odiamos el reggaetón entramos a bares a prueba del asqueroso ruido. Las gracias de que no haya un fuerte eco de la propaganda política podríamos dárselas a la condición de Patrimonio cultural de la humanidad que tiene Cuenca; por lo que en el centro histórico y otros sitios no se puede pegar banderas o pancartas de los candidatos y sus respectivos movimientos políticos, a riesgo de que el material electoral sea confiscado y el partido o movimiento multado.
Puede que sea también el resultado previsible de la elección para presidente, porque esta es, entre todas las dignidades a escoger, la campaña donde más se derrocha y más bulla se hace. En Cuenca la única riña y la única incertidumbre está entre los aspirantes a alcalde. Sin embargo son las once de la mañana y me encuentro en el Parque Calderón, frente a la Catedral. El lugar más transitado de la ciudad, donde si quieres llamar la atención: ahí debes estar. Y ninguna caravana se asoma, ni veo las caras de futuros padres de la patria o de Cuenca, por lo menos, saludándome en una gigantografía desde edificios. Grupos de adolescentes con uniforme de colegio caminando por las calles hacia algún museo o actividad cultural, niñas de cuatro años danzando entre las astas de banderas, mujeres vendiendo flores frente a la iglesia, y rubios turistas buscando un desayuno típico son la postal que adornan el lugar. Fuera del centro histórico se pueden ver algunos caballetes con publicidad electoral y jóvenes regalando panfletos que luego se mezclan con la basura de los bolsillos. Este es el límite de la conmoción de la campaña electoral. Totalmente diferente a lo que viví en un solo fin de semana en una visita a Guayaquil, en época de referéndum aprobatorio, donde la publicidad por el Sí o por el No, uno podía encontrarla desde la entrada a la ciudad, pasando por las universidades, o en la radio mientras estabas en el bus. Estar sentado en un banco, en una soleada mañana, ausente el frío en el aire, también me recuerda una crónica de Pedro Navia, observador de comicios electorales, que leí meses atrás en la revista Etiqueta Negra (la fuente: http://etiquetanegra.com.pe/?p=281200), donde relata todo lo que vio durante su estadía en nueve países latinoamericanos, en esta llamada “fiesta democrática”.
Navia comienza señalando que lo único en común fue la ley seca (ironía la prohibición de alcohol en la “fiesta democrática”). Claro que existen leves diferencias: En Costa Rica y Chile la ley seca empieza la noche anterior a la elección; en Colombia y Perú, sesenta horas antes; en Brasil termina el mismo instante en que cierran las urnas; y en México cada estado decide su aplicación. Así el observador, viendo si le vendían alcohol en estas fechas, pudo comprobar que tan fuertes son las instituciones democráticas de cada país. En Perú, a cambio de un billete de 20 dólares, un mesero le pasó, tapiñada, una botella de Pisco; en Chile los hoteles solo le pueden vender licor a los extranjeros; en Costa Rica ninguno de los meseros quiso ganarse un dinero extra; y en Brasil por barreras de idioma no pudo llevar a cabo efectivamente la transacción. Además de anécdotas relacionadas con el consumo de alcohol, el cronista pudo ver otras particularidades electorales en cada país visitado: En Costa Rica los presidiarios pueden votar, ganando el actual presidente, Oscar Arias, en las cárceles del país; Álvaro Uribe se paseo por los canales de televisión dando entrevistas y hablando desde el aborto hasta la cocina nacional el día previo a las elecciones, porque en Colombia todo el país sabía quién sería el ganador; en Nicaragua para el conteo de los votos, los secretarios de mesa y vocales debieron utilizar sus celulares para terminar las labores, porque en la mayoría de escuelas que sirvieron como recintos no existe electricidad; en México un perdedor se impuso a él mismo la banda presidencial; en Venezuela la revolución no podía ser fotografiada, porque ante un intento que hizo Navia por tomarle una foto a una figura tridimensional de Hugo Chávez junto a la frase: “Vota contra el diablo. Vota contra el imperio”, un grupo de militares lo incriminaron y amenazaron; en la ciudad de Managua, tiendas te ofrecen descuentos el día de votaciones si vas con tu pulgar manchado; en Perú te embadurnan de tinta el dedo medio, porque en el pasado Sendero Luminoso juraba cortarte el pulgar si ibas a votar; y al último pero no menos importante (y anecdótico), en Ecuador, país donde tenemos un presidente cada dos años, un taxista con el que Pedro Navia iba conversando, durante las últimas elecciones presidenciales, le dijo: “Da lo mismo quien gana. Igual lo van a sacar antes”.
Es probable que la falta de propaganda política en Cuenca provoque desinterés por los actuales comicios electorales. Sin embargo las ruidosas caravanas o la foto de algún candidato que le dan el ritmo y los colores a esta falsa fiesta, no es la verdadera o única forma de expresión de la democracia. Por otro lado, lástima que el domingo no estaré en Cuenca para disfrutar con unas cervezas y algo más, en ley seca, la ausencia de la “fiesta democrática”.
P.S. Faltan anécdotas electorales en Argentina, Bolivia, Paraguay, Uruguay, Panamá, El Salvador, Guatemala y países del Caribe.
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