10 de abril de 2011

Mi rutinaria vida de estrella de cine


Salinger mencionaba (a través de quien más que Holden Caulfield) que sería lo mejor del mundo tener el número telefónico de un escritor que en realidad te gusta leerlo. Para llamarlo en las noches y hacerle preguntas, hablar libros. Después de haber visto sus vírgenes suicidas, quisiera tener el teléfono de Sofia Coppola (directora, no escritora). ¿Por qué? Porque mientras mi madre dice que le desesperan esas escenas donde los personajes no hacen nada, como el inicio de la segunda temporada de los Sopranos cuando Tony y Carmella antes que termine el episodio se quedan comiendo pastas y viéndose uno al otro en el comedor, yo disfruto esos secos y minimalistas segundos donde se dice todo sin decir nada, donde se conocen a los personajes y se los ve como a seres humanos, y no semidioses o extraterrestres. Sofia es parte del clan. Hasta luego, querida. Que te vaya todo bien.

Con Historias de Cronopio y famas Cortázar trato de jugarle una broma a la monotonía, burlarse de ella. Al principio de su manual de instrucciones habla de negarse al acto delicado de girar el picaporte, “ese acto por el cual todo podría transformarse”. La misma mujer el mismo reloj. No imposible pero muy difícil. Ni siquiera Jonhy Marco (un excelente Stephen Dorff) en su calidad de estrella de cine puede vencer a esa medusa llamada rutina. De la piscina a conducir el Ferrari, fumar cada vez que se pueda, beber algo de alcohol, piropos, alguna tipa mostrándole los pechos, acostarse con otra, fiestas en su propio departamento que no organizó, visitar una vez a la semana a su hija, gemelas bailarinas de caño haciendo sus shows ya preparados y practicados, dormir mucho. Un detrás de la cámara de la vida de glamour, a ratos pudiendo ver ruedas de prensa con preguntas sin sentido y sesiones de fotos en que se aparente ser feliz. El personaje de la hija de Francis Ford parece salido de un cuento de Bret Easton Ellis, sólo que en una versión más edulcorada, neutra. En Somewhere la película se abre con un auto dando vueltas una y otra vez a la pista. Ése es el ritmo a seguir.
Los primeros minutos son casi una película muda. Johny es un personaje inaccesible, al que no le molesta nada de lo que le rodea. En un momento le piden quedarse quieto por 30 minutos. Lo cubren con una máscara. Una mirada introspectiva de quién en realidad es. Imposible de descifrarlo. Todo sigue en cero hasta que llega su hija, con quien deberá permanecer unos días porque su madre se ha dado a la fuga, y el tipo que tenía algunos rasgos de sociópata se convierte en un padre modelo de una niña muy autosuficiente (notable Ellen Fanning). Jugar Guitar Hero, viaje a Italia, paseos en limusina, una siesta en el salón de un hotel, clases de ballet. La felicidad de una vida cómoda, entre palmeras y amplias carreteras. Las secuencias y dirección de arte parecen un video musical, una canción de The Strokes. Una bella y estilizada melancolía de tres minutos donde los acordes se repiten una y otras vez. En Johnny se despierta algo. Imágenes con toques de cine independiente y europeo que se dejan disfrutar. No importa el qué o cuándo, sino el cómo.

Sofia Coppola no llena de cursilerías a sus personajes, ni de momentos melodramáticos, ni los quiere perdonar o redimir. Los pone frente a la cámara como simples seres que hacen su trabajo, que tratan de llevar una vida semejante a la de los demás. Y los sigue, permite que los espectadores los acompañen durante una jornada cotidiana. Una lástima que al final se haya decidido por liberar a Marco y querer convertirlo en el héroe que no es. Porque al final Johnny, jugando a ser James Dean, es la representación de lo que cualquier sujeto hubiera hecho bajo su situación.



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