Editado para la ocasión, William Percy explica el efecto que generan las imágenes de las películas que uno disfruta: “Otras personas, según he leído, atesoran momentos memorables en sus vidas: …la noche de verano que conocieron a una chica solitaria en Central Park y lograron una relación tierna y natural con ella… Yo también conocí a una chica en Central Park, pero no hay mucho que recordar. Lo que recuerdo es cuando John Wayne mató a tres hombres con una carabina… y la vez que el gatito encontró a Orson Welles en la puerta en EL TERCER HOMBRE”. Es cuestión de percepciones. Con tijeras y pegamento se llenan los baches de la realidad con las películas que sentiste propias. Por lo que la afirmación de Fernando Bustamante, acerca de que la inseguridad de Guayaquil es una percepción, no es la veo totalmente falsa, porque nadie puede negar que desde meses atrás a la ciudad uno la percibe como una tropical y con cuadrados edificios Ciudad Gótica en The Dark Knight, donde el caos lo genera un The Joker más loco y peligroso que el de Heath Ledger porque este, el real, lo conforman cada uno de los actos de los delincuentes, sicarios, choros de a pique, secuestradores; que, además de sus crímenes, generan temor en las personas, mirándonos todos sospechosamente y evitando cualquier contacto en la calle (como la crónica de Elías Urdánigo en Soho, que después de estar buscando a La Tigra – versión criolla, igual de lasciva, de la Megan Fox “come hombres” en Jennifer´s body -, lo que encontró fue un pueblo, Balzar, lleno de desconfianza hacia los extraños), y que crezcan las ganas de tomar justicia por las propias manos.
Aunque este mundo de crímenes, malevos, femme fatales, escoria social y todo lo marginal son la mejor materia prima para el realismo sucio (a personajes como Anthony Bourdain les puede reconfortar que en Suecia existan pandillas - después de todo imaginar vivir en Canadá suena bastante aburrido -), no es una excusa suficiente para vivir en una Guayaquil que últimamente, las 24 horas del día, parece la New York de Taxi driver, donde Scorsesse se puede subir al auto y contarte los efectos dañinos de una Magnum en su mujer ("So, What does a Magnum 44 to a woman´s pussy?") que lo está engañando con un negro. Uno también quisiera, en su ciudad, tener al New York de Woody Allen donde se puede conocer gente interesante. Loca pero inofensiva. Y ahora, recordando la última edición de Soho (dedicada al cine) y con esta percepción de realismo sucio, se podría decir que las películas guayacas tendrían que de ley capturar esa sensación de miedo, de inseguridad como parte de la puesta en escena. No me refiero a tramas únicamente dedicados a estos hechos (no obstante la mejor película ecuatoriana: Ratas, ratones y rateros, trata este tema a lo largo de toda la proyección), pero, por ejemplo, si cuentas la historia de unos tipos de colegio que se reencuentran, por ahí es casi necesario que deba haber una escena donde a alguno le roban la billetera (además de mostrar otras costumbres de la ciudad como gente jugando pelota en las calles).
La cuestión es que no se convierta en un cliché como el cine colombiano que sólo habla de drogas, narcos y guerrillas. Sin embargo, con este aumento de seguridad, aquel telón de fondo podría cambiar y el nuevo cine guayaco es probable que adoptaría aquella obsesión que tienen los británicos por filmar películas donde el resto del mundo ha colapsado y únicamente ellos se mantienen en pie. Todo a costo de un estado totalitario con toques de queda y sanciones por cualquier motivo (mi favorita es Children of men por su movimientos de cámaras, una de las mejores películas de esta década). Ahí los nuevos cineastas reflejarían eso que Capote escribió en A Sangre Fría: Mostrar cómo quedó un pueblito de Kansas después de un atroz crimen. La diferencia es que para Guayaquil, Capote no tendría tanta tinta en la pluma.
Es lo más lúcido que he leído sobre "perspectivas de lo que el cine guayaquileño debe ser": ir metiendo esos detalles en medio de cualquier rutina, de cualquier escena, películas guayaquileñas donde los personajes se peguen unos megadiálogos a lo Tarantino (que de buenos se escapan del cliché) y por ahí tengan esas "pinceladas" de realidad, crear esa atmósfera pesada y calurosa de Guayaquil donde si no eres (osea luces) standar ya por ahí te vas ganando un par de miradas y tal vez un guardia se te pare detrás o te quiera revisar el bolso... y claro tampoco que esa violencia y clima de inseguridad sean los motivos y motivaciones (que turra que fuera una peli guayaca sobre sicarios o sobre unos aniñados outsiders conociendo gye) sino que se intuyan, en fin.
ResponderEliminarComparto contigo la idea de que Children of Men es una de las mejores cosas que he visto últimamente, he pasado algunos minutos leyendo tu blog y se me hizo necesario dejarte un comentario pana.
Saludos
Automata:
ResponderEliminarchildren of men es excelente y respecto al cine guayaco, cosas buenas se podrían hacer. Y la idea del post era que recién estaba regresando de viaje y la paronoia se sentía en el ambiente. Creo que veía una moto y hacía la de Al Pacino en el Padrino que se metía las manos en el abrigo para simular que él también era un sicario de la mafia
Saludos