21 de noviembre de 2008

Tony brutal

En el último día del FICC, los organizadores no podían dejar de decepcionarnos en cuanto a la logística. La película programada para las 17 horas en el Park Cuenca era la española: Unas fotos en la ciudad de Silvya de José Luis Güerín. Nunca tuve la chance de ver La jeteé de Chris Marker (elogiada por varios conocidos), y una película que usa la misma técnica, la fotografía fija, para contar una historia era mi primera opción de miércoles soleado de fuga del trabajo. Por cierto: el camello que siempre deseé desde mi juventud, fue el ser fotógrafo. De National Geographic, de UNICEF, corresponsal de guerra, de alguna revista o cualquier otra labor necesitada de captar imágenes. Así Unas fotos... era una buena ocasión para homenajear viejos anhelos.

Las otras opcionadas de día miércoles soleado de fuga de trabajo eran: El lugar donde se juntan los polos (ecuatoriana), Este maldito país (ecuatoriana), La oveja negra (venezolana), El pez que fuma (venezolana).

Lastimosamente (palabra que se vuelve recurrente al hablar del FICC) se decidió pasar Tony Manero, película que no pude ver del día miércoles por las mismas causas. Pero para mi suerte, esa lástima se volvió en una agradable y brutal sorpresa de la cual agradezco a todos las deidades cinéfilas.

Leyendo la sinopsis, cuando realmente quería verla, creí que iba a presenciar una comedia en medio de una época atroz, una suerte de La vida es bella mezclada con Full monty. Pero qué iluso fui. Mi tocayo Raúl Peralta es el protagonista del film, un cincuentón que trabaja en un club de bailarín y que es un obsesionado admirador de Tony Manero, personaje de Saturday night fever, interpretado por Travolta. Raúl es un tipo al cual uno le siente lástima desde el primer instante, resulta algo patético, como un niño atrapado en el cuerpo de un cincuentón, un niño bailarín de disco encaprichado con ser alguien que ya existe. Todos esos pensamientos y sensaciones se derrumban cuando Raúl está dispuesto a hacer lo que sea con tal de parecerse y ser Tony Manero.




Los otros personajes que se incorporan a la trama son un conjunto de bailarines que lo apoyan en sus presentaciones y la dueña del local donde actúa Raúl y su grupo. Si todos estos personajes fuera una familia, y los Borgia fueran una referencia para calificarlas: Raúl y su grupo tendrían excelentes notas. Imágenes de sexo explícito con cierto toque bizarro y la violencia de los militares del Chile de los 70 complementan el escenario en el que se envuelve el relato.

Una analogía de la falta de moralidad de un país hundido en el terror para lograr el orden, resulta el brutal personaje de Raúl. Recordemos que el director Pablo Larraín no tiene ningún reparo en llamar asesino y ladrón a Pinochet, un ícono de la maldad chilena junto a Paul Scheafer.




De los recursos técnicos: los primeros planos son exquisitos, y las escenas de la persecución de Raúl a un comunista y de la llegada de la policía al bar son de tal ansiedad que sientes que el propósito del director es volar tu mente. La falta de una banda sonora (a excepción de las canciones de Saturday night fever) y la escasez de diálogos son parte infaltable de este arriesgado proyecto.

31 años tiene este director chileno. Lo más parecido a un Scorsesse latinoamericano.

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