Quizá la revolución consista en lo que el hombre
la necesidad del verdadero descanso,
el que permite ver cómo crecen
Esa belleza, la que queda en los ojos,
Juan L. Ortiz.
De La orilla que se abisma, film que ayer se presentó en el Festival de Cine de Cuenca, los que la presenciaron solo pueden hablar un 50 por ciento de ella, ello debido a que algún mequetrefe de la sala de proyección se olvidó o no probó el sonido. Sin embargo, a razón de experimento de cine mudo, La orilla... se presenta cautivante y en palabras de un asistente: “Si pudiera llevarme aunque sea ese cincuenta por ciento a mi lecho de muerte, me bastaría”.
La película, para ser sincero, es bastante rara. Comienza con el poema arriba escrito y después se traslada a la imagen de un gato, un gato en todos los ángulos y perspectivas que el lente pudo captar, para luego la cámara llevarnos a un viaje entre diversos paisajes de la provincia de Entre Ríos, notando claramente desde ahí que el propósito de el director es relacionar al espectador con la lírica del poeta Juan L. Ortiz (Juanele de aquí en más).
Juanele fue un poeta nacido en el siglo pasado en Entre Ríos – Argentina. A diferencia de los escritores de la época, que iban a realizar su aprendizaje a París o cualquier otra parte de Europa, él nunca salió de su provincia natal y ella, como toda relación simbiótica, le sirvió de musa para su obra (suerte que no vivió en estas épocas, porque si no le estaría escribiendo versos a las papeleras y odas a la empresa Botnia):
Fui al río, y lo sentía
cerca de mí, enfrente de mí.
Las ramas tenían voces
que no llegaban hasta mí.
La corriente decía
cosas que no entendía.
Me angustiaba casi.
Quería comprenderlo,
sentir qué decía el cielo vago y pálido en él
con sus primeras sílabas alargadas,pero no podía.
Regresaba-¿Era yo el que regresaba?...
Con la premisa: Muchas veces a lo largo de mi vida me hice una pregunta: ¿Qué se puede conocer del otro?, el director Gustavo Fontán (que a leguas se nota que no es un director convencional) despliega varias escenas entrerrioanas, yendo de lo específico a lo abstracto (con una serie de puntos borrosos y difuminados, pinturas de Van Gogh y otras maravillas) que nos conectan con la cotidianeidad y nos pone a meditar lo que el resto piensa de cada una de las cosas que ve.
Una experiencia que despierta todos los sentidos. Una terapia de cine orgánico que nos devuelve a la tierra, con un Fontán que parece un director de orquesta, con su milimétrica edición, resaltándonos la grandeza de ciertas nimiedades.
Para destacar son las escenas a blanco negro en la casa de Juanele, el viejo pescando en la nada (¿pescándose a sí mismo?) y el poema, arriba escrito, con que termina su ópera prima.
Esquirlas: Entre Ríos será destino fijo en mayo/. las otras películas de día martes fueron: Bolivia para todos (boliviana), varios Cortos ecuatorianos (ecuatoriana), de El rebaño los ángeles (venezolana), ¿Es la economía idiota o cómplice? (argentina), El pez que fuma (venezolana), Este maldito país (ecuatoriana), La matinee (uruguaya).
Te felicitop por el comentario. Fontán es un director profundo y siempre valiente!
ResponderEliminarUn abrazo
Pablo
Pablo:
ResponderEliminarSi eres argentino, los felicito a ustedes por permitir y apoyar que se haga cine tan arriesgado, que de paso nos permite ver un poco de ese interior argentino que es opacado la mayoría de veces por la imagen porteña, el principal producto de exportación del rio de la plata
Saludos.