28 de abril de 2010
Un buen tipo
23 de abril de 2010
La ciudad a la que no volvería
19 de abril de 2010
Crónicas culinarias
Donde mejor he comido fue en el Mercado del Puerto en Montevideo. Probé carne de llama en un pueblito de Jujuy (el sabor es dulce aunque algo dura de masticar). Mientras estuve en Argentina pude comparar las empanadas de cada provincia y me quedo con las de Santiago del Estero. En Moguer comí cerdo ibérico criado con bellotas, en Lisboa mucho bacalao con cerveza negra y en Tánger la versión original del gazpacho español. Alrededor del Ecuador podría recomendar lugares como un pueblito cerca de Cuenca llamado Sertag donde el Sancocho es una ríquisima bomba, buenos cangrejos en Naranjal, empanadas negras en Guaranda, cevichocho (uno de mis favoritos) en Otavalo o los ceviches del mercado de Libertad. No sería yo el indicado pero hay tantas suculentas historias para escribir sobre estos sitios, y las personas que prepararon. Tal vez la razón de mi gusto por las historias de cocina es por lo poco que hay de las mismas. A disposición, a destacar, está el perfil de Julio Villanueva Chang al cocinero Ferran Adriá, la edición de la revista Etiqueta Negra “El diablo en la cocina” con las excelentes crónicas de Diego Salazar, pasando un mes en un restaurante de Madrid, y de DT Max retratando al célebre chef Gran Achatz, que sigue inventando platos a pesar de haber perdido el sentido del gusto por un cáncer de lengua, y la extensa novela: Calor.
Pequeñas porciones en letras que no llenan. Para eso están también Ratatouille en el cine y el mejor reality de tv: Anthony Bourdain No reservations (también autor del libro Confesiones de un chef), que hace poco estuvo en Ecuador para grabar un show (poniendo la música Rocola Bacalao en la capital y Los Niñosaurios en Guayaquil) y con su mordaz humor y cinismo nos retrató. La carne del cuy le pareció una delicia y mencionó a esta como solución para el hambre mundial, y el tour culinario por el país le resulto una clase de Magical mistery soup por la cantidad de sopas típicas que probó. Una vista de los ecuatorianos según los extranjeros. Poco sabía del país antes de su llegada. La comida como una ventana para descubrir una cultura.
Un extraterrestre en la cocina:
Adrià les exige la concentración, el ritmo y la precisión de un cirujano en el quirófano, de un mecánico de Fórmula Uno en los boxes de una carrera, de un modisto de alta costura durante el desfile principal. En un restaurante que busca la perfección hasta en sus actos microscópicos, romper un plato no es un asunto de mal agüero. Es la caída del equilibrista durante el show: la función debe continuar, pero jamás se van a olvidar de ti.
Días después de la charla, el chef renunciaría al bolero para declarar con un espíritu heavy metal: «La cocina es un trabajo de psicópatas». Había un antecedente psiquiátrico: meses después de que apareciera en The New York Times como el general de la nueva armada de cocineros españoles, el chef Bernard Loiseau se suicidó disparándose con una escopeta en la boca. Un artículo en Le Figaro había desatado el rumor de que a Côte d’Or, su restaurante tres estrellas Michelin, le iban a eliminar una estrella. En Francia, un país obsesionado por el estatus de su gastronomía, una mala crítica en el periódico puede producirle una úlcera mental a un chef.
Había nacido en México y tenía un pasado en otros altares de la cocina. En el Arzak del País Vasco, donde treinta cocineros trabajaban para ciento diez clientes. En el restaurante de Daniel Boulud, en la Gran Manzana, donde quince cautivos cocinaban para trescientos diez comensales. El estrés hacía que los cocineros de Boulud descendieran hasta las cámaras frigoríficas para desahogarse a gritos contra unas moles de carne helada.
El cocinero que no podía dormir y su persistente aprendiz de cocina:
Pienso en uno de los consejos que da Anthony Bourdain en Confesiones de un chef: «Nunca faltes con la excusa de estar enfermo. Excepto en casos de desmembramiento, hemorragia arterial, neumotórax o la muerte de un familiar inmediato. ¿Se murió la abuela? Entiérrala en tu día libre». Parece una estupidez, pero es mi estupidez. Sé que soy un egoísta, pero un egoísta con chaquetilla de cocinero y delantal, metido en una cocina que en noviembre del 2008 recibió su primera estrella Michelin.
Una vez allí, sobre el tablero de mármol donde suele trabajar, Xabi hace unas rebanadas de pan muy finas usando la máquina de cortar embutidos. Andrés coloca dos rebanadas sobre un plato formando una cruz, las dobla sobre sí mismas para comprobar si el pan resiste. Resiste. Xabi casca un huevo, separa la yema y la coloca sobre otra cruz de pan. Espolvorea sal, dobla las rebanadas, echa un poco de aceite y cierra el ravioli. Andrés sugiere añadir parmigiano por encima para que selle el pan al derretirse. Xabi lo coloca sobre papel manteca dentro de una sartén y lo mete al horno durante tres minutos. La alta cocina es un ejercicio de precisión. No basta con el talento y el mejor producto. Son imprescindibles, pero además hay que ser exacto. La diferencia entre correcto y estupendo puede estar en unos cuantos segundos. Y aquí no se espera que un plato sea correcto.
Los gastos que implica un restaurante son, a todas luces, desorbitados. Más allá de los sueldos de los empleados y la materia prima, que supone más del treinta por ciento del presupuesto, todo cuesta dinero. Un día, durante mi estancia en la cocina, pude espiar la factura de la nueva cubertería, que aún no había llegado: 41.457 euros, donde, por ejemplo, cada tenedor valía sesenta y tres euros y las cucharas de postre cincuenta y cinco euros cada una. Hay que sumar el alquiler del local, la factura del gas, el agua, la luz, teléfono y un largo etcétera de impostergables. No es de extrañar que los grandes chefs necesiten de empresarios que pongan ya no sólo el capital, sino los mecanismos para mantener el negocio andando. «No es fácil encontrar ese empresario, o grupo de empresarios, que apueste por un proyecto que no lo va a llenar de dinero. Pese a lo que la gente pueda creer, un sitio como éste no te va a hacer millonario».
El último Chef genio de Chicago no puede probar su comida:
En abril del 2001, con veintiséis años, Achatz presentó una solicitud para el trabajo de chef en Trio, un conocido restaurante en Evanston, Illinois, un suburbio de Chicago. El dueño lo contrató luego de que hiciera una prueba con una cena de siete platos. Rápidamente ganó reconocimiento en el mundillo gastronómico gracias a un plato llamando Explosión de Trufa. El comensal mordía un trozo de ravioles y era recompensado con un torrente de intenso jugo de trufa negra. En el 2002, el crítico del Chicago Tribune le dio cuatro estrellas a Trio; un año después, la Fundación James Beard nombró a Achatz como Cocinero Revelación. Un mes o dos después, una pequeña lesión aparecía a la mitad del lado izquierdo de la lengua de Achatz.
La influencia de Adrià era inconfundible cuando comí en el mes de marzo en Alinea. La comida era casi cómica de tan elaborada, se hallaba constituida por veinticuatro platos y costó trescientos setenta y cinco dólares, vino incluido. Empezaba en el final salado del espectro de sabores y, lentamente, se iba volviendo dulce, para terminar con café, en forma de un caramelo cristalizado. La mayoría de las cosas podía comerse en uno o dos bocados, pero la procesión tomó cuatro horas y media. Tomé pop corn dulce licuado en un vaso de shot, y un plato de frijoles que vino en una bandeja con un cojín relleno de aire de esencia de nuez moscada. El plato de frijoles estaba situado sobre la almohada, presionando para que el aroma saliera. Probé una «espuma de té de arbusto de miel en cascada sobre pudín de brioche de esencia de vainilla». Había también un plato con un arándano al centro, que había sido hecho puré para luego ser esculpido en su forma original. El arándano era luego preparado en un aparato llamado Antiplancha, que Achatz ayudó a diseñar. La Antiplancha congela el arándano por debajo, pero deja la parte superior suave.
Debido a que su sentido del gusto ha vuelto con el tiempo, Achatz siente que ahora entiende este sentido de una nueva manera, la manera en que uno vería si pudiera ver sólo en blanco y negro y de pronto recupera los colores. Dice: «Cuando probé por primera vez un milkshake de vainilla –tras el final del tratamiento– sabía muy dulce, porque no había ningún gusto salado o ácido. Tan sólo sabía dulce. Ahora que ya ha vuelto el amargo, estoy entendiendo la relación entre el dulce y el amargo, cómo trabajan juntos, cómo se equilibran. Y conforme vuelve lo salado, empiezo a entender la relación entre los tres componentes».
P.D. Maldigo a Anthony Bourdain porque tiene el trabajo que siempre quise tener (viajar, comer y escribir) pero acá dejó el episodio entero de su paso por Ecuador.
16 de abril de 2010
Sobreviviendo
The Road es una de las mejores películas que he visto este año. Al igual que The hurt-locker y Memento uno la disfruta más la primera vez. Cuando no te la puedes sacar de la cabeza. Todo está en las sensaciones que causa. La historia está efectivamente narrada, las imágenes son aplastantes, la música pone su nota de tensión en las escenas y los personajes son humanos, llenos de errores y dudas. Uno quiere que les vaya bien, se alegra y sufre con ellos, aunque se sabe que lo que les espera no es alentador: un día, diez años atrás, un cataclismo cambió el mundo como lo conocemos. La mayoría de animales han muerto, las cosechas se han perdido, los árboles que quedan en pie caen con los menores temblores que constantemente se dan. El invierno es eterno y hay que preocuparse por conseguir comida, tener zapatos para el continuo caminar y no ser atrapado por algunas de las bandas que hacen del canibalismo su método para sobrevivir. En medio de eso el andar de un padre y un hijo (que nació después del terremoto y nunca vio como la vida era antes) que se dirigen hacia el sur por recomendación de su esposa muerta, donde el frío será menor y los alimentos más fáciles de encontrar. Cada día es una aventura, escenas impredecibles que son de esperanza o material para pesadillas. El suicidio no es una mala opción.
13 de abril de 2010
Tampoco es una crónica de viaje (Guaranda)
9 de abril de 2010
El final de Donnie Darko
Resulta extraño y hasta chocante que una película del 2001 pueda considerarse como vieja, pasada de moda. No es tanto tiempo si se lo piensa bien. El día de hoy, casi diez años atrás, puede que haya estado sentado en mi banca de colegio, casi dormido, escuchando a la profesora de química con su chillona voz tratar de enseñarnos las combinaciones para formar un anhídrido carbónico. No es un clásico, pero con Donnie Darko, película dirigida en el año 2001 por Richard Kelly. La sensación mientras y después de verla es la de que podría ser tan contemporánea en el 2001 como ahora o en 1988, año en el que se acabaría el mundo.
No la vi en su estreno (nunca llegó a Ecuador). Compre el DVD cuando las tiendas de discos piratas eran algo común en la esquina de cualquier barrio. Digamos que en el 2007 ó 2008. Ya era una película de culto. La calidad del disco era muy buena hasta el minuto 104. Después se empezaba a trabar. Maldito dealer. La historia aunque resulta inexplicable (y tan fácil de entender a la vez) es algo que no se puede dejar de observar, analizar y desentrañar. El instante exacto cuando el disco se rayaba era en el que Donnie (Jake Gyllenhaal) le dice a su china y maltratada compañera de clases que él hará del mundo un lugar mejor. Luego lo peor. Antes pude ver ese excelente inicio con Donnie pedaleando hacia su casa (música de fondo de Never tears apart de INXS), al haber despertado en medio de una carretera, mostrando, junto a las peleas con su hermana y las cenas de familia republicana, que el sueño americano no es tan rosa como lo pintan; y también pude ver la historia que se desarrolla después que Donnie, un adolescente apartado, esquizofrénico según su psiquiatra, no muere al caer sobre su habitación una turbina de avión, porque un conejo, Frank, con aspecto diabólico lo invita a salir (además lo invita a inundar la escuela y quemar una casa). Una película de adolescentes (y comedia, de terro y de ciencia ficción) con mucha alma ochentera pero utilizando recursos de principios de este siglo con imágenes al principio que parecen casi de video juego o ese movimiento de cámaras de un costado hacia el frente, y con un Patrick Swayze que se vuelve un grande en su papel de pedófilo gurú de auto – ayuda, Donnie Darko es lo que no pudo ser, digamos, The butterfly effect. Imaginen que The Catcher in the rye no haya salido de la mente y experiencias de J.D. Salinger. Holden Caulfield pudo haber terminado en una historia tipo Gossip girl o peor.
Pasaron años pero por fin pude terminar de verla ayer. Y por supuesto todo tuvo que encajar, eso era lo primordial. Todos los eventos, las nimiedades de suburbio que se sucedían entre hechos violentos fuera de lo normal respondían a un destino. Darko justifica todos sus actos al final y el estar entre la realidad y un sueño se aclaró. Como en el cuento Los destructores de Graham Greene, que se cita varias veces, la destrucción también puede ser un acto de creación; o como en el corto de los Animatrix donde un callado skater debe huir y al final lanzarse de un edificio y suicidarse, aunque ese lanzarse al vacío le sirve para despertar en la realidad, el desenlace de la historia de RK, con la canción Mad world, redime todo los irracional y desmedido de la adolescencia.
«¿Cómo filmar a la adolescencia?», se preguntaba Mario Keiruz después de ver DD. «Un poco como una película de terror» él mismo respondía. Puede ser.
6 de abril de 2010
Que otro lo cuente...
La frase es de Henry Chinaski, es decir de Charles Bukowski .
Por el momento el feriado se extiende y el blog entra en vacaciones. Estamos en la playa. Que otro se cuente algo y que mejor que Iron & Wine, a quien estoy oyendo todo el día, con su música acústica, íntima y muy buenas historias. Escuchen esto. Ya nadie hace canciones de nueve minutos.
The trapeze swinger:
Please, remember me
Happily
By the rosebush laughing
With bruises on my chin
The time when
We counted every black car passing
Your house beneath the hill
And up until
Someone caught us in the kitchen
With maps, a mountain range,
A piggy bank
A vision too removed to mention
But
Please, remember me
Fondly
I heard from someone you're still pretty
And then
They went on to say
That the pearly gates
Had some eloquent graffiti
Like 'We'll meet again'
And 'Fuck the man'
And 'Tell my mother not to worry'
And angels with their gray
Handshakes
Were always done in such a hurry
And
Please, remember me
At Halloween
Making fools of all the neighbors
Our faces painted white
By midnight
We'd forgotten one another
And when the morning came
I was ashamed
Only now it seems so silly
That season left the world
And then returned
And now you're lit up by the city
So
Please, remember me
Mistakenly
In the window of the tallest tower call
Then pass us by
But much too high
To see the empty road at happy hour
Leave and resonate
Just like the gates
Around the holy kingdom
With words like 'Lost and Found' and 'Don't Look Down'
And 'Someone Save Temptation'
And
Please, remember me
As in the dream
We had as rug-burned babies
Among the fallen trees
And fast asleep
Aside the lions and the ladies
That called you what you like
And even might
Give a gift for your behavior
A fleeting chance to see
A trapeze
Swing as high as any savior
But
Please, remember me
My misery
And how it lost me all I wanted
Those dogs that love the rain
And chasing trains
The colored birds above there running
In circles round the well
And where it spells
On the wall behind St. Peter's
So bright with cinder gray
And spray paint
'Who the hell can see forever?'
And
Please, remember me
Seldomly
In the car behind the carnival
My hand between your knees
You turn from me
And said 'The trapeze act was wonderful
But never meant to last'
The clown that passed
Saw me just come up with anger
When it filled with circus dogs
The parking lot
Had an element of danger
So
Please, remember me
Finally
And all my uphill clawing
My dear
But if i make
The pearly gates
Do my best to make a drawing
Of G-d and Lucifer
A boy and girl
An angel kissin on a sinner
A monkey and a man
A marching band
All around the frightened trapeze swingers