29 de enero de 2013

From Hot water music...




….Mi medio de transporte era un comet del 62. la señorita de la casa de enfrente se ponía furiosa con miviejo cacharro. tenía que aparcarlo delante de su casa, porque era una de las pocas zonas llanas de losalrededores y mi coche no podía arrancar cuesta arriba. a duras penas arrancaba en llano; y yo tenía que darleal pedal y a la puesta en marcha una y otra vez y el humo salía en nubarrones por debajo del coche y elestruendo era incesante y horroroso. la dama empezaba a gritar como si hubiera enloquecido. era una de las pocas ocasiones en que me avergonzaba de ser pobre. allí sentado, dándole al pedal y rezando para que elcomet del 62 arrancara, e intentando ignorar los gritos furiosos que daba la mujer desde su casa de puta madre.yo le daba y le daba al pedal. el coche arrancaba, andaba unos metros y se paraba. — 

¡Quite ese cacharro asqueroso de delante de mi casa o llamo a la policia!

Luego, empezaba con largos y enloquecidos alaridos. por último, salía en quimono; era una jovencitarubia, guapa, pero al parecer estaba completamente loca. se acercaba corriendo a la puerta del coche dandogritos y se le salía un pecho. se lo metía y se le salía el otro. luego, asomaba una pierna por el quimono. —por favor, señora —le decía yo—, estoy intentándolo. por fin, conseguía que el coche se pusiera en marcha y ella se quedaba allí plantada en el centro de lacalle con los pechos al aire, gritando:
 — ¡No vuelva a aparcar aquí su coche jamás, jamás, jamás!

En ocasiones como ésta era cuando yo consideraba la posibilidad de buscar trabajo. sin embargo,doreen, mi dama, me necesitaba. tenía problemas con el chico de las bolsas, en el supermercado. yo laacompañaba, me plantaba a su lado y le daba sensación de seguridad. ella era incapaz de hacerle frente sola ysiempre acababa tirándole un puñado de uvas en la cara o quejándose de él al encargado o escribiendo unacarta de seis folios al propietario del super. yo podía manejar perfectamente al chico de las bolsas. hasta meresultaba agradable, sobre todo por aquella habilidad suya de abrir una gran bolsa de papel, con un simple ygracioso giro de muñeca.

Del cuento Un par de  gigolos.
Charles Bukowski.

26 de enero de 2013

Un buen consejo


¡Hola, Ron! Soy Alex. Te escribo desde Carthage. Ya hace casi dos semanas que estoy trabajando aquí. Tardé tres días en llegar desde que nos despedimos en Grand Junction. Espero que tu viaje de regreso a Salton City transcurriera sin contratiempos. El trabajo me gusta y todo va bien. Las temperaturas son suaves; cuesta creerlo, pero hay días en que no hace nada de frío. Algunos granjeros incluso ya salen a trabajar al campo. Supongo que en California el calor aprieta cada vez más. Me pregunto si tuviste ocasión de ir a las fuentes termales el 20 de marzo y llegaste a ver la cantidad de gente que se congrega allí para la reunión del Arco iris. Por lo que sé, podría haber sido muy divertido, aunque la verdad es que no creo que una cosa así encaje demasiado con tus gustos.

No voy a quedarme mucho tiempo en Dakota del Sur. Mi amigo, Wayne, quiere que siga trabajando en el elevador de grano durante el mes de mayo y que luego lo acompañe todo el verano con el grupo de cosechadoras, pero mi mayor ilusión es emprender mi odisea; antes del 15 de abril espero estar camino de Alaska. Eso quiere decir que me marcharé dentro de poco, de modo que si he recibido correspondencia necesito que me la mandes a la dirección que figura al pie de esta carta.

Los momentos que hemos pasado juntos han sido muy agradables y te agradezco de todo corazón la ayuda que me has prestado. Espero que nuestra separación no te haya deprimido demasiado. Puede que pase mucho tiempo antes de que nos veamos de nuevo. Pero, si consigo superar la prueba de mi viaje a Alaska y todo sale como espero, te prometo que volverás a tener noticias mías. Quiero repetirte los consejos que te di en el sentido de que deberías cambiar radicalmente de estilo de vida y empezar a hacer cosas que antes ni siquiera imaginabas o que nunca te habías atrevido a intentar. Sé audaz. Son demasiadas las personas que se sienten infelices y que no toman la iniciativa de cambiar su situación porque se las ha condicionado para que acepten una vida basada en la estabilidad, las convenciones y el conformismo. Tal vez parezca que todo eso nos proporciona serenidad, pero en realidad no hay nada más perjudicial para el espíritu aventurero del hombre que la idea de un futuro estable. El núcleo esencial del alma humana es la pasión por la aventura. La dicha de vivir proviene de nuestros encuentros con experiencias nuevas y de ahí que no haya mayor dicha que vivir con unos horizontes que cambian sin cesar, con un sol que es nuevo y distinto cada día. Si quieres obtener más de la vida, Ron, debes renunciar a una existencia segura y monótona. Debes adoptar un estilo de vida donde todo sea provisional y no haya orden, algo que al principio te parecerá enloquecedor. Sin embargo, una vez que te hayas acostumbrado, comprenderás el sentido de una vida semejante y apreciarás su extraordinaria belleza. En pocas palabras, deja Salton City y ponte en marcha. Te aseguro que sentirás una gran alegría si lo haces. Aunque sospecho que harás caso omiso de mis consejos. Sé que piensas que soy testarudo, pero tú lo eres aún más. En el viaje de regreso tuviste la oportunidad de contemplar una de las grandes maravillas de la Tierra, el Gran Cañón del Colorado, algo que todo americano debería ver al menos una vez en la vida. Sin embargo, por alguna razón que no alcanzo a comprender, todo lo que querías era salir corriendo hacia casa tan rápido como fuera posible y volver a una situación donde siempre experimentas lo mismo. Mucho me temo que en el futuro seguirás teniendo las mismas inclinaciones y te perderás todas las maravillas que Dios ha puesto en este mundo para que el hombre las descubra. No eches raíces, no te establezcas. Cambia a menudo de lugar, lleva una vida nómada, renueva cada día tus expectativas. Aún te quedan muchos años de vida, Ron, y sería una pena que no aprovecharas este momento para introducir cambios revolucionarios en tu existencia y adentrarte en un reino de experiencias que desconoces.

Te equivocas si piensas que la dicha procede sólo o en su mayor parte de las relaciones humanas. Dios la ha puesto por doquier. Se encuentra en todas y cada una de las cosas que podemos experimentar. Sólo tenemos que ser valientes, rebelarnos contra nuestro estilo de vida habitual y empezar a vivir al margen de las convenciones.

Lo que quiero decir es que no necesitas tener a alguien contigo para traer una nueva luz a tu vida. Está ahí fuera, sencillamente, esperando que la agarres, y todo lo que tienes que hacer es el gesto de alcanzarla. Tu único enemigo eres tú mismo y esa terquedad que te impide cambiar las circunstancias en que vives.

Espero que abandones Salton City tan pronto como puedas, enganches un pequeño remolque a tu camioneta y empieces a contemplar la gran obra que Dios ha creado en el Oeste americano. De verdad, Ron. Aprenderás mucho de todo lo que veas y de las personas que conozcas. Lleva una vida austera, no vayas a moteles, prepárate tú mismo la comida. Ten como norma gastar lo menos posible y la satisfacción con que vivirás será mucho mayor. Espero que la próxima vez que nos veamos seas un hombre nuevo y hayas acumulado un sinfín de aventuras y experiencias. No lo pienses dos veces. No intentes encontrar justificaciones para aplazarlo. Sólo tienes que salir y hacerlo. Así de simple. Sentirás una gran alegría por haber emprendido un nuevo camino. Cuídate, Ron,

ALEX

(Carta de Christopher McClandess    a un buen octogenario amigo suyo, previo el viaje del primero a la recóndita Alaska)


10 de enero de 2013

NY - NY

Las crónícas-beatnik-punk-autobiográficas de Patti Smith, Éramos unos niños, son consideradas (¿cada vez más?)  una guía para recorrer un New York que ya no está. Su lado B. Esa ciudad de mierda en los setenta que se caía a pedazos (primeros planos cortesía de la BBC en el tercer episodio de su documental Las Siete eras del rock), pero donde a la vez se creó harto... 


Una o dos semanas después, entré en El Quixote buscando a Harry y Peggy. Era un bar restaurante contiguo al hotel que estaba comunicado con el vestíbulo por una puerta, por eso lo considerábamos nuestro bar, como les había ocurrido a muchos desde hacía décadas. Dylan Thomas, Terry Southern, Eugene O'Neill y Thomas Wolfe eran algunos de los clientes que habían bebido más de la cuenta en El Quixote. Yo llevaba un vestido azul marino de lunares blancos y un sombrero de paja, mi conjunto de Al este del Edén. A mi izquierda, Janis Joplin estaba conversando con su banda en una mesa. A mi derecha vi a Grace Slick con Jefferson Airplane y a componentes de Country Joe amp; The Fish. En la última mesa, delante de la puerta, estaba Jimi Hendrix con la cabeza gacha, comiendo con el sombrero puesto, delante de una rubia. Había músicos por doquier, sentados a las mesas con montañas de gambas con salsa verde, paella, jarras de sangría y botellas de tequila. Pese a mi asombro, no me sentía una intrusa. El Chelsea era mi casa y El Quixote mi bar. No había guardias de seguridad ni ningún trato de privilegio. Estaban allí por el festival de Woodstock, pero yo estaba tan encerrada en el hotel que no era consciente del festival ni de qué significaba. Grace Slick se levantó y pasó por mi lado. Llevaba un vestido indio hasta los pies y tenía los ojos violetas como Liz Taylor. —Hola —dije, advirtiendo que yo era más alta. —Hola —respondió ella. Cuando regresé a mi habitación, sentí una inexplicable afinidad con aquellas personas, aunque no tenía forma de interpretar tal sentimiento. Jamás habría podido predecir que un día tomaría su camino. En aquella época, aún era una larguirucha dependienta de librería de veintidós años que lidiaba con varios poemas inconclusos.

5 de enero de 2013

El buen vivir según Bukowski...


...jodíamos mucho y, para suerte mía, Linda tenía un polvo magnífico. Todo aquel hotel estaba  lleno de gente como nosotros, que bebían vino y jodían y no sabían después qué. De vez en cuando, uno de ellos se tiraba por la ventana. pero el dinero siempre nos llegaba de algún sitio; justo cuando todo parecía indicar que tendríamos que comernos nuestra propia mierda, una vez trescientos dólares de una tía muerta, otra un reembolso fiscal demorado. otra vez, iba yo en autobús y en el asiento de enfrente aparecen aquellas monedas de cincuenta centavos. yo no sabía, ni lo sé todavía, qué significaba aquello, quién lo había dejado allí. Me cambié de asiento y empecé a guardarme las monedas. cuando llené los bolsillos, apreté el timbre y bajé en la primera parada. Nadie dijo nada ni intentó detenerme. en fin, cuando estás borracho, sueles ser afortunado; aunque no seas un tipo de suerte, puedes ser afortunado...

De Tres mujeres - La máquina de follar.

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