Saltó sobre mí. Normalmente me atacaba cuando estaba
borracho. Ahora estaba sobrio. Me aparté y ella cayó al suelo, rodó y se quedó
tumbada boca arriba. Pasé sobre ella camino hacia la puerta. Despedía rabia,
gruñendo, sacándolos dientes. Parecía una pantera. La miré. Me sentía a salvo
viéndola en el suelo. Soltó una especie de rugido y cuando ya estaba a punto de
salir se levantó abalanzándose contra mí, clavando sus uñas en la manga de mi
abrigo, tirando y arrancándomela desde el hombro.
—Cristo —dije—, mira lo que le
has hecho a mi abrigo nuevo. ¡Lo acababa de comprar!
Abrí la puerta y salté fuera con uno de los brazos
desnudo. Acababa de abrir la puerta del coche cuando oí sus pies descalzos
sonar en el asfalto detrás mío. Me metí de un salto dentro y cerré la puerta. Encendí
el contacto.
— ¡Mataré a este coche! —gritaba ella—. ¡Mataré a este coche!
Sus puños golpeaban en el capó, en la puerta, en el
parabrisas. Empecé amover el coche con lentitud, para no herirla. Mi mercury
comet del 62 había quedado fuera de combate y me había comprado recientemente
un Volkswagen del 67. Lo tenía reluciente y encerado. Tenía incluso una gamuza
especial en la guantera. Mientras andaba hacia delante Lydia seguía golpeando
el coche con sus puños. Cuando la dejé atrás puse la segunda marcha. Miré por
el retrovisor y la vi plantada de pie, solitaria a la luz de la luna, inmóvil
con su batín azul y sus bragas.se me empezaron a contraer las tripas. Me sentía
enfermo, inútil, triste. Estaba enamorado de ella.
(De Mujeres de Charles Bukowski.)
se me empezaron a contraer las tripas. Me sentía enfermo, inútil, triste. Estaba enamorado de ella.
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