Pedaleando, sin acelerar el paso, casi sin proponérselo, disfrutando de la ruta, después de varias escalas, Velódromo – la película garaje de Alberto Fuguet –finalmente hizo escala en Guayaquil; y anónima como su protagonista no hizo bulla al llegar. Yo que la estuve buscando por un par de semanas de la misma forma que cualquier otro trata de conseguir en navidad el último modelo de Blackberry – aunque lo único que he leído del escritor chileno es lo que ha publicado en SoHo y algo que salió en una Etiqueta Negra; un cuento de un padre e hijo que se encuentran por un par de horas en el aeropuerto, con unos diálogos bastante a lo Bret Easton Ellis –, casi me la pierdo. Suerte que la encontré (o me encontró) en una noche random de cine porque no está para quedarse. Es parte de su ADN y se nota a leguas.
Pocas personas en el MAAC Cine, se los podía contar con las manos. Para un público de culto la primera impresión. Una lástima si me detengo por un rato. Después de ver Velódromo, por estos días, me han dado ganas de recomendársela a cualquier con el que inicie una conversación. No es Easy rider, Taxi driver o The graduated, pero es una sorpresa agradable saber que se pueden hacer buenas películas con poca plata, desarrollando una idea y creyendo en ella. Aunque siendo realista no es para todo el mundo, Ariel Roth Roth es un tipo bastante particular. Sin empezar a redactar, por mi parte, una sinopsis de la historia de este huevón buen dato, de sus fobias, de su a ratos autismo, de su incapacidad para aceptar responsabilidades, de su slogan personal de no pedirle mucho a la vida (¿es mucho pedir?), lo que hace Fuguet es mostrar un mundo que normalmente no se alumbra y no aburrir en el intento; de historias algo depresivas, losers y de poca acción como lo menciona el pseudo-winner-bisexual-huérfano-millonario primo del protagonista.
Lo único que puedo recomendar es que no exijan una edición de calidad para una cinta garage, dénle algo de espacio a Ariel (recuerden que las personas que poco hablan cuando lo hacen, al principio, lo que dicen es huevadas), y soporten alguna de las escenas forzadas al inicio. Tranquilos… para la parte en que el protagonista se vuelve freelancer la película ya ha agarrado suficiente viada, se vuelve hilarante y absurda con excelentes diálogos y situaciones (la conexión está hecha), y no va a dejar de pedalear.
Un proyecto como Velódromo jamás va a ganar un Oscar o algún premio cotizado. Fuguet lo sabe, por eso la hizo sin pretenciones, sin querer engañarnos e impresionarnos. Ahí está lo mejor. Ahora sólo falta empezar Missing y comprar Aeropuertos. Material para otro post. Por el momento Ariel ha tomado el volante y eso es lo que importa…
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