UNO: En la cabeza de alguien nacido en un país sin las cuatro estaciones, las imágenes que se proyectan con la palabra primavera son las de avecillas cantando, flores abriendo sus pétalos y césped creciendo, no la de una ciudad sitiada por tanques y soldados rusos, radios clausuradas y un presidente secuestrado. Bukowski escribía que los cisnes también mueren en primavera.
DOS: Celine en esa gran película Before the sunset decía que después de pasar un tiempo en Polonia, en época comunista, lejos de la publicidad y el consumo, empezó a escribir más en su diario y tener más ideas. Varios escritores han mencionado lo mismo con sus visitas a Cuba. Al parecer la dictadura del proletariado es una buena época para la creación literaria si la dejan (y no hubieran muertos), porque como Checoslovaquia la vida de cada persona al menos una vez ha sufrido la invasión de un régimen totalitario, y esa búsqueda de la felicidad en medio del horror, como lo que tienen Tomás y Teresa, es el salvavidas para no ahogarse.
TRES: El comunismo busca llegar al kitsch. La ilusión de un ideal alcanzado, aunque para llegar al mismo muchos serán fusilados, exiliados, humillados y anulados (Tomás, un médico reconocido, terminó lavando ventanas y después viviendo en el campo). Esa es la fachada mostrada al exterior. El verdadero campo de concentración, la verdadera derrota es el lugar donde las conversaciones son escuchadas y la privacidad un recuerdo. Una larga fila de individuos todos iguales. El mayor temor de Teresa, que cada mañana en el espejo busca su alma, pensando en que somos algo más aparte de simples cuerpos como se lo decía su madre.
DOS: Celine en esa gran película Before the sunset decía que después de pasar un tiempo en Polonia, en época comunista, lejos de la publicidad y el consumo, empezó a escribir más en su diario y tener más ideas. Varios escritores han mencionado lo mismo con sus visitas a Cuba. Al parecer la dictadura del proletariado es una buena época para la creación literaria si la dejan (y no hubieran muertos), porque como Checoslovaquia la vida de cada persona al menos una vez ha sufrido la invasión de un régimen totalitario, y esa búsqueda de la felicidad en medio del horror, como lo que tienen Tomás y Teresa, es el salvavidas para no ahogarse.
TRES: El comunismo busca llegar al kitsch. La ilusión de un ideal alcanzado, aunque para llegar al mismo muchos serán fusilados, exiliados, humillados y anulados (Tomás, un médico reconocido, terminó lavando ventanas y después viviendo en el campo). Esa es la fachada mostrada al exterior. El verdadero campo de concentración, la verdadera derrota es el lugar donde las conversaciones son escuchadas y la privacidad un recuerdo. Una larga fila de individuos todos iguales. El mayor temor de Teresa, que cada mañana en el espejo busca su alma, pensando en que somos algo más aparte de simples cuerpos como se lo decía su madre.
CUATRO: Para que Tomás se enamorará de Teresa sucedieron 6 casualidades. Su mayor decisión basada en la levedad. Para él la casualidad es el portador de la belleza, la felicidad. Lo mismo le sucedió a Franz que prefería la Sabina de sus recuerdos a la presente; mientras ella deseaba volver a sentir ese instante perfecto que tuvo junto a Tomás en un baño. Pensaba en la felicidad como una constante repetición, al igual que Nietzche creía que todo lo relevante retorna eternamente para constituirse en la pesada carga del hombre. Beethoven también consideraba positiva esa ancla que nos sujeta a la tierra. Desde Parmínides no se resuelve la pregunta. Kundera no lo hace, sólo nos dice que pasaremos el resto de nuestra existencia tratando de convertir las casualidades en un infinito replay, buscando otras para no caer en el aburrimiento.
CINCO: Teresa es celosa y sus pesadillas son la venganza contra su amante; Tomás la engaña, piensa que el sexo no es un sinónimo de infidelidad, pero estaría dispuesto a dejarlas a todas por ella; para Sabina la vida va de traición en traición y en la necesidad que las personas conserven sus secretos; Franz cree en un amor donde se renuncia a toda fuerza y ama las manifestaciones porque desea ser parte de algo. El novelista escribía que sus personajes nacen de una situación, no de un vientre. Son sus propias posibilidades no realizadas. Un libro nunca podrá ser totalmente realista, ni sus personajes iguales. Como los ojos de una mosca, un hermoso, completo y creíble mundo narrado es la realidad fragmentada en mil pedazos.
SEIS: Sin leer a Kundera lo consideraba el Paulo Coelho de los intelectuales (muchos se creen profundos por haberlo leído dice High Fidelity). Aunque al principio la novela parece superficial y cristalina, conforme se avanza, igual a una cebolla, se van descubriendo capas que muestran a la humanidad, todos sus sentimientos y pensamientos. La verdad es la niña de vestido rojo en el infierno de Dante. Hay que descender para alcanzarla. Bob Dylan también lo sabe.
SIETE: Terminada (espero abrirla la próxima vez en Praga) entiendo la razón del éxito de la novela: Kundera escribe situaciones que a todos les ha sucedido. Del horror a la felicidad, del horror a la tristeza, lo que está en medio (lo importante) y viceversa. En leer La insoportable… está la excusa para repetir esos instantes. Por suerte yo lo empecé de casualidad.
PD. La que por lejos considero la mejor parte:
Cuando llegó a la ladera de Petrin, esa colina verde que se alza en medio de Praga, advirtió con sorpresa que no había nadie. Era extraño, porque otras veces se paseaban permanentemente por allí masas de praguen-ses. Sentía angustia en el corazón, pero la colina estaba tan silenciosa y el silencio era tan consolador que no se resistió y se confió al regazo de la colina. Subía, a ratos se detenía y observaba: veía abajo muchos puentes y torres; los santos amenazaban con sus puños y elevaban la vista hacia las nubes. Era la ciudad más hermosa del mundo.
Llegó hasta la cima. Más allá de los quioscos de helados, postales y dulces (en los que no había ningún vendedor) se extendía el césped con unos pocos árboles. En el césped había unos hombres. Cuanto más se acercaba a ellos, más despacio iba. Eran seis. Estaban quietos o se paseaban muy lentamente, como jugadores en un campo de golf, que examinan el terreno, sopesan los palos y procuran estar en forma antes de empezar el partido.
Llegó hasta donde estaban ellos. De los seis, reconoció perfectamente a tres que desempeñaban allí el mismo papel que ella: estaban inseguros, como si quisieran hacer muchas preguntas pero les diera miedo molestar y por eso prefirieran quedarse callados, dirigiendo a su alrededor una mirada interrogativa.
Los otros tres irradiaban una indulgente afabilidad. Uno de ellos llevaba en la mano un fusil. Al ver a Teresa le hizo un gesto afirmativo y sonriente:
- Sí, éste es el sitio.
Lo saludó con una inclinación de cabeza y sintió una horrible angustia.
El hombre añadió:
- Para que no haya equivocaciones. ¿Es a petición suya?
Hubiera sido fácil decirle «¡no, no es a petición mía!», pero era incapaz de imaginar que pudiera decepcionar a Tomás. ¿Qué explicación podría darle si regresara a casa? De modo que dijo:
- Sí. Por supuesto. Es a petición mía.
El hombre del fusil continuó:
- Para que sepa por qué se lo pregunto, esto sólo lo hacemos si tenemos la seguridad de que las personas que vienen son ellas mismas las que desean expresamente morir. El servicio es sólo para ellas.
Miró a Teresa inquisitivamente, de manera que tuvo que volver a confirmarle:
- No, no tema. Es a petición propia.
- ¿Le gustaría ser la primera? —preguntó.
Quería postergar al menos un poco la ejecución, así que dijo:
- No, no por favor. Si fuera posible preferiría ser la última.
- Como quiera —dijo, y se reunió con los demás.
Sus dos ayudantes iban desarmados y sólo estaban allí para atender a la gente que había venido a morir. Los cogían del brazo y paseaban con ellos por el césped. El parque era muy amplio y se extendía hasta perderse en la lejanía. Los que iban a ser ejecutados podían elegir su propio árbol. Se detenían, miraban a su alrededor y no acertaban a decidirse. Por fin, dos de ellos eligieron dos plátanos, pero el tercero siguió hacia adelante como si ningún árbol le pareciese adecuado para su muerte. El ayudante lo cogió suavemente del brazo y lo acompañó pacientemente hasta que el hombre perdió por fin el valor para seguir avanzando y se detuvo junto a un robusto arce.
Después los ayudantes ataron a los tres hombres una venda alrededor de los ojos.
- Para que no haya equivocaciones. ¿Es a petición suya?
Hubiera sido fácil decirle «¡no, no es a petición mía!», pero era incapaz de imaginar que pudiera decepcionar a Tomás. ¿Qué explicación podría darle si regresara a casa? De modo que dijo:
- Sí. Por supuesto. Es a petición mía.
El hombre del fusil continuó:
- Para que sepa por qué se lo pregunto, esto sólo lo hacemos si tenemos la seguridad de que las personas que vienen son ellas mismas las que desean expresamente morir. El servicio es sólo para ellas.
Miró a Teresa inquisitivamente, de manera que tuvo que volver a confirmarle:
- No, no tema. Es a petición propia.
- ¿Le gustaría ser la primera? —preguntó.
Quería postergar al menos un poco la ejecución, así que dijo:
- No, no por favor. Si fuera posible preferiría ser la última.
- Como quiera —dijo, y se reunió con los demás.
Sus dos ayudantes iban desarmados y sólo estaban allí para atender a la gente que había venido a morir. Los cogían del brazo y paseaban con ellos por el césped. El parque era muy amplio y se extendía hasta perderse en la lejanía. Los que iban a ser ejecutados podían elegir su propio árbol. Se detenían, miraban a su alrededor y no acertaban a decidirse. Por fin, dos de ellos eligieron dos plátanos, pero el tercero siguió hacia adelante como si ningún árbol le pareciese adecuado para su muerte. El ayudante lo cogió suavemente del brazo y lo acompañó pacientemente hasta que el hombre perdió por fin el valor para seguir avanzando y se detuvo junto a un robusto arce.
Después los ayudantes ataron a los tres hombres una venda alrededor de los ojos.
Y así quedaron sobre el extenso parque tres hombres de espaldas a tres árboles, cada uno de ellos con una venda tapándole los ojos y la cabeza vuelta hacia el cielo.
El hombre del fusil apuntó y disparó. No se oyó sino el canto de los pájaros. El fusil tenía silenciador. Sólo se vio cómo el nombre apoyado en el arce empezaba a derrumbarse.
Sin alejarse del sitio en el que estaba, el hombre del fusil se volvió en otra dirección y uno de los hombres que estaban apoyados en los plátanos se derrumbó en un silencio absoluto y unos momentos más tarde (el hombre del fusil no hizo más que girar otra vez sin moverse de su sitio) cayó en el césped el tercer ejecutado.
Uno de los ayudantes se acercó en silencio a Teresa. Llevaba en la mano una venda de color azul oscuro.
Comprendía que quería vendarle los ojos. Hizo un gesto negativo con la cabeza y dijo:
- No, quiero verlo todo.
Pero aquél no era el verdadero motivo de su rechazo. No tenía nada en común con esos héroes decididos a mirar valientemente a los ojos al pelotón de fusilamiento. Lo único que quería era alejar el momento de la muerte. Sentía que en el momento en que tuviera los ojos vendados se encontraría en la antesala de la muerte, de la cual no existe camino de regreso alguno.
El hombre no insistió y la cogió del brazo. Y fueron así por el extenso parque y Teresa no era capaz de decidirse por ningún árbol. Nadie la obligaba a apresurarse, pero ella sabía que de todos modos no tenía escapatoria. Cuando vio un castaño en flor frente a ella, se detuvo. Apoyó la espalda contra el tronco y miró hacia arriba: veía el verde iluminado por el sol y a lo lejos oía el sonido de la ciudad, ligero y dulce, como si en ella sonaran miles de violines.
El hombre levantó el fusil.
Teresa sintió que su coraje se agotaba. Su debilidad la desesperaba, pero era incapaz de controlarla.
Dijo:
- Es que no es mi voluntad.
El bajó inmediatamente el cañón del fusil y dijo muy suavemente:
- Si no es su voluntad, no podemos hacerlo. No tenemos derecho.
Y su voz era amable, como si le pidiera disculpas a Teresa por no poder fusilarla si ella misma no lo deseaba. Aquella amabilidad le destrozaba el corazón y ella se volvió de cara al tronco del árbol y se echó a llorar.
El hombre del fusil apuntó y disparó. No se oyó sino el canto de los pájaros. El fusil tenía silenciador. Sólo se vio cómo el nombre apoyado en el arce empezaba a derrumbarse.
Sin alejarse del sitio en el que estaba, el hombre del fusil se volvió en otra dirección y uno de los hombres que estaban apoyados en los plátanos se derrumbó en un silencio absoluto y unos momentos más tarde (el hombre del fusil no hizo más que girar otra vez sin moverse de su sitio) cayó en el césped el tercer ejecutado.
Uno de los ayudantes se acercó en silencio a Teresa. Llevaba en la mano una venda de color azul oscuro.
Comprendía que quería vendarle los ojos. Hizo un gesto negativo con la cabeza y dijo:
- No, quiero verlo todo.
Pero aquél no era el verdadero motivo de su rechazo. No tenía nada en común con esos héroes decididos a mirar valientemente a los ojos al pelotón de fusilamiento. Lo único que quería era alejar el momento de la muerte. Sentía que en el momento en que tuviera los ojos vendados se encontraría en la antesala de la muerte, de la cual no existe camino de regreso alguno.
El hombre no insistió y la cogió del brazo. Y fueron así por el extenso parque y Teresa no era capaz de decidirse por ningún árbol. Nadie la obligaba a apresurarse, pero ella sabía que de todos modos no tenía escapatoria. Cuando vio un castaño en flor frente a ella, se detuvo. Apoyó la espalda contra el tronco y miró hacia arriba: veía el verde iluminado por el sol y a lo lejos oía el sonido de la ciudad, ligero y dulce, como si en ella sonaran miles de violines.
El hombre levantó el fusil.
Teresa sintió que su coraje se agotaba. Su debilidad la desesperaba, pero era incapaz de controlarla.
Dijo:
- Es que no es mi voluntad.
El bajó inmediatamente el cañón del fusil y dijo muy suavemente:
- Si no es su voluntad, no podemos hacerlo. No tenemos derecho.
Y su voz era amable, como si le pidiera disculpas a Teresa por no poder fusilarla si ella misma no lo deseaba. Aquella amabilidad le destrozaba el corazón y ella se volvió de cara al tronco del árbol y se echó a llorar.
Todo repetirse hasta el infinito.
ResponderEliminarTe ha quedado sublime el post. Què recuerdos de ese libro. Me quedado sin palabras, a tus pies Raul.
Creo que fue uno de los primeros libros que me pegó duro, de esos que te abren los ojos, estaba recién entrando a la U y leerlo fue un brainwash. No paraba de rayar oraciones y deseaba que no se se acabará la historia. La peli, donde actua un joven Daniel Day Lewis, intenta no defraudar pero el libro de largo se lo come -como siempre sucede con los libros frente a las pelis-. Te recomiendo que leas otra novela de Kundera "La despedida". Si te gusto "La Insoportable...", creo que te gustará "La Despedida".
ResponderEliminarhola, llegué por accidente, estaba hablando con mi amiga cuando un mosquito se ha parado en la pantalla de mi móvil, echaré un vistazo al blog, [el mosquito ha muerto, lo he chafado]
ResponderEliminarAmanda, gracias por pasar por aquí. Los mios no son recuerdos, recién lo terminé y hasta la fecha sigo pensando en el libro... en serio que es un lavado de cerebro como lo dice Manu. Y la parte de Teresa y Tomás me recuerda en algo al Pasado de Alan Pauls, un novelon también...
ResponderEliminarsobre lo de repetirse, no sé... estoy más del lado de las casualidades
Y Jesus, buena forma de encontrar el blog.
Saludos
Hola, precisamente estaba buscando esa parte de la novela que pusiste en tu P.D. pero... no encuentro la página de donde proviene...serías tan amable de ponerlo si es que lo recuerdas...saludos!!
ResponderEliminarEscribiste este artículo un día de mi cumpleaños. Es una magnifica reseña que ademas contiene mi parte favorita de la historia, gracias por haberme ayudado a encontrarla, a encontrarnos en la levedad que para algunos es tener un libro leído y para otros un eje donde saber bifurcar las decisiones a través de las historias de otros, mas reales que permanentes
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