Está más allá de la lógica el hecho de que siempre se les desea lo mejor a las personas cercanas con las que se tiene algún vínculo y con las que se ha compartido algún buen rato, así las cosas no vuelvan a ser igual y exista la posibilidad de no volverlas a ver. Lo mismo me pasa con los personajes de una serie o una película que realmente me ha parecido buena (épica, memorable) y no puedo sacármela de la cabeza. Después de todo, por encima de cualquier escenario, efecto especial, fotografía o dirección de arte, es la mejor forma para saber que lo proyectado por la pantalla en serio me ha gustado. Tal vez la excepción: el jueves terminó la sexta temporada de House M.D., la mejor serie que existe, y con ese esperanzador y romántico desenlace, siendo lo más racional que puedo ser, no estoy seguro si deseaba que a Gregory House, alter ego de Sherlock Holmes, le vaya bien.
En ese genial inicio de dos horas de duración de la última temporada, con el misántropo médico internado en un hospital psiquiátrico, durante las sesiones que mantenía con su doctor confiesa sus deseos de ser feliz. Abrirse a sus emociones, establecer vínculos con las personas y reducir las dosis de sarcasmo fueron parte de la receta. Veinte episodios después, en otra consulta, le dice a su psiquiatra lo miserable que se siente mientras el resto de personas son felices, al ver a Wilson regresar con su esposa (y echarlo de la casa para vivir con ella) y Cuddy mudarse con su novio, a pesar de haber hecho todo lo que le indicaba. Para el último capítulo las cosas parecían volver a la normalidad. A la autodestrucción: otra vez a consumir Vicodin como caramelos, a alejar a todos sus conocidos y hacer sentir miserables e idiotas a cualquiera que esté dentro de su radio de desprecio. Error. Cada final de temporada es un dilema dentro de la vida de House que cambia radicalmente lo que pasa en la serie. No hay que olvidar cuando además de contar el origen de su discapacidad tuvo que enfrentarse a los fantasmas del pasado; o la ocasión, en uno de los momentos más memorables de la historia de la televisión, que le dispararon y gracias a un medicamento recuperó el uso de su pierna, pero a riesgo de perder la capacidad para resolver los acertijos con su mente; o la vez que renuncia todo su equipo de trabajo y en otra incluso casi pierde a su mejor y único amigo; o cuando su mente empezó a imaginar cosas.
Sin embargo la forma en que terminó esta última es la más radical de todas, incluso más que haber dejado el Vicodin es empezar una relación con Cuddy. Preguntas: ¿Cómo será la serie ahora que su principal personaje está en camino a ser feliz? ¿De House M.D. a Full House de familia perfecta y feliz con las promiscuas gemelas Olsen? ¿O harán con su noviazgo con Cuddy como en la temporada pasada cuando se esperaba ver a House pasar un largo rato en el hospital psiquiátrico y no en una versión pasteurizada (lo robo de Charly) tratando de adaptarse a su trabajo y al resto del mundo alejado de su adicción, que fue de lo que finalmente se trataron los episodios a partir del segundo? La única certeza: por el momento el ya no tan amargado doctor podrá cantar con más alma esa You can´t always get what you want/ and if you try sometime you find/ you get what you need que tanto le gusta…
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