11 de agosto de 2009

Lo que quedó de un viernes de trova

Días atrás escribí sobre el agrado que me provoca que Bono (vocalista de U2) tenga una columna en el NY Times. Sin embargo no concuerdo con él cuando en un su primer editorial – Notes from a chairman – señala que al igual que la voz de Bob Dylan, Nina Simone, Pavarotti, la voz de Sinatra “mejora con la edad”. Y compara una grabación que Frankie blue eyes hizo en 1969 de My way y otra, mucho mejor para Bono, que grabó décadas después, a los 78 años. No concuerdo con esta generalización porque para muchos de los que coreamos y aún escuchamos canciones de Silvio Rodríguez, y sobre todo para aquellos que pude conocer, como una hermandad cósmica o por lo menos latinoamericana, concordamos en que lo mejor del trovador cubano es como aún mantiene esa voz. Esa voz de niño, con gusto a hombre de campo que endulza sus letras poéticas, letras que subrayan y embellecen las cosas sencillas.


Suerte que por conocidos que trabajan en el gobierno me regalaron una de esas entradas amarillas que te dan acceso a las sillas, y pude estar a diez metros de Silvio Rodríguez. Suerte también que fui a las cuatro de la tarde (el concierto empezó puntual a las 7 y 30) y alcancé un buen puesto porque las sillas estaban repletas de quiteños y personas de otras provincias que habían pagado avión o viajaron por carretera las ocho horas de ley, cuidándoles los puestos a amigos que llegarían más tarde, sobre la hora. Había gente de todas partes del país, además de venezolanos, peruanos que manejaron cerca de dieciséis horas, colombianos, cubanos, chilenos y otros más que tuve oportunidad de hablar un rato o al menos ver. Habían comunistas con boinas rojas, jóvenes sentados en la cancha, coreando canciones, haciendo el respectivo calentamiento, parejas que se abrazaban, hombres de terno salidos de sus trabajos, y chicas con un celular pasando el tiempo sin saber lo que hacían ahí. Suerte también y resalto de que no hubo propaganda del Gobierno, ni himnos, ni políticos hablando de sus obras tomándose el escenario. Y casi puntual (además habría que destacar el orden y el sonido casi impecable) empezó el espectáculo con la voz dramática y afinada por una cantidad considerable de aguardientes de Hugo Idrovo. Carlos Prado tocó la flauta. Les siguieron Beatriz Gil y Héctor Napolitano El viejo Napo se llevó una ovación de pie al finalizar la clásica Gringa loca junto a Hugo Idrovo. Y quince minutos después, sin ninguna presentación, con sombrero de paja toquilla, apareció cantando Silvio Rodríguez para regalar un repertorio de dos horas y media. Muchas canciones que no conocía, mezcladas con las clásicas, con ritmos y descripciones de paisajes de su tierra, inspiradas en melodías que seguramente escuchaba de niño, pero que en la mayoría de ocasiones, ante la belleza y simplicidad de las letras, quería que se estiraran lo máximo posible. Mi favorita: Te doy una canción estuvo para el final, cuando ya salió sin el grupo Trovarroco y sin su esposa, la flautista, Niurka González que lo acompañaron el resto de la noche. En ese momento de intimidad, él solo y su público. Pero en este concierto me quedo con la tercera canción de las veintitantas que cantó, la primera que todo el estadio comenzó a corear y en la que Silvio se quedó callado, encandilado ante un estadio lleno que repitió aquella melodía que vino inesperadamente después de Quién fuera y que habla (y suena igual desde 1970) de una mujer con sombrero, como un cuadro del viejo Chagall.

En este año que se celebra el aniversario doscientos del primer grito de independencia; en realidad una proclamación de apoyo al rey español y de rechazo al hermano de Napoleón Bonaparte, y no la mecha que encendió la llama en América Latina (además de que en esta gesta únicamente participaron personas de hidalgas familias, mientras que los negros e indígenas todavía eran sometidos a la esclavitud), que la celebración además de recordar el pasado también incluya cultura en los actos hacen que se ponga realmente bueno y valga la pena el Bicentenario.

A la salida del estadio caminé hasta la 9 de octubre, tomé un taxi como si nada hubiera pasado, y recién a la mañana siguiente en mi cabeza seguían entreveradas estrofas de Ojalá, La masa, Unicornio azul, Sueño con serpientes, La era está pariendo un corazón, pero sobre todo aquella (que me acompañará por un buen tiempo) que habla de una mujer con sombrero como un cuadro del viejo Chagall.

P.D. Abajo dos links de buenos posts que encontré sobre el concierto y también un video informal del concierto y los coros de la gente.

http://manusava.blogspot.com/2009/08/bicentenario-musical-silvio-rodriguez.html
http://lanocheguayaca.blogspot.com/2009/08/silvio-rodriguez-en-guayaquil.html







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