13 de noviembre de 2008

Ciudades vivas por la tiza

Un capítulo de la Rayuela de Cortázar (pág. 480) comienza con Pola (la amante de Oliveira) mirando al suelo y medio mundo mirando al suelo. La imágenes descendentes que se presentaban eran, desechables, obras de arte pintadas con tizas, espectáculo que perduraría hasta el siguiente día, para luego trasladarse a otras calles, esto si los jóvenes o viejos artistas reciben unas pocas monedas de los curiosos presentes.

Julian Beever (artista británico callejero), los días miércoles en Film & Arts, presenta un reality show llamado Arte urbano, en el que viaja por distintas ciudades alrededor del mundo para conocer a los mejores artistas (y sus técnicas) callejeros de las localidades visitadas, además de realizar una obra con tiza en tres días que represente, a su parecer, la idiosincrasia del lugar. En noviembre podremos verlo por New York, San Francisco, París y Ciudad de México.


Durante el periodo desde que se terminó de redactar la nueva Constitución hasta el referéndum de aprobación, uno de los gratos sabores que dejó la oposición y algunos activistas que apoyaban el Sí, fue la muestra de imaginación a la hora de hacer campaña. Olvidando a las personas que paseaban un borrego por las aceras o la viudas que se vestían de negro, el haberle vendado los ojos a varias estatuas alrededor de Quito o el pegar afiches parecidos a los de clausura que coloca el SRI a los locales que no cumplen con las disposiciones, pero estos irreverentes con contenidos alusivos a la propiedad privada, simplemente fueron ideas geniales.

En Guayaquil, aparentemente la imaginación únicamente se desata en el salón octubre y en el salón de julio (además de los eventos políticos), con algunas obras que te puede volar la mente. Galerías de arte como DPM (se recomienda el blog de Rodolfo Kronfle: http://riorevuelto.blogspot.com/) también mantienen notables exposiciones.

Sin embargo, el arte en Guayaquil, pareciera necesitar una fuerte dosis de comunismo para que esta salga a las calles y esté dispuesta a expresarse y revelarse ante todo el mundo y no permanecer en remotas islas con pocos visitantes.

En una ciudad donde cansa la monotonía y rigidez de la arquitectura, no vendría nada mal darle algo de vida, y no hay que referirse únicamente a los grafitis, que en la mayoría son asociados con pandillas o "lacras sociales", aunque varias de las más sabias frases que he escuchado o leído están retratadas en paredes alrededor del globo, como las famosas del mayo del 68: “Prohibido prohibir” o “Debajo de los adoquines, la playa”.

Si se comienzan a rayar las paredes del cabildo porteño, varios grupos de urbanidad y ciudanía, seguramente encabezados por Margarita Arosemena, empezarían a marchar y protestar, por según ellos, dañar el ornato de la ciudad, entonces para que todos seamos felices, podrían invitarse a artistas locales y/o extranjeros que trabajen bajo la técnica de Julian Beever, donde sus obras de arte sean perecederas, retratando las costumbres y estilos de vida de los guayaquileños, donde incluso después de un tiempo, por propia decisión de los moradores de los sectores, la imagen podría quedarse permanentemente (en Gran Bretaña, vecinos de barrios han pedido que no se borren ciertos grafitis porque los sienten parte de la comunidad).
El mismo Julian, y se puede verificar mientras vemos su programa, señala que estos dibujos crean un aire de confraternidad entre las personas que se detienen a observarlos y varias ciudades alientan a su exposición. En Guayaquil debería buscarse otras formas de que los ciudadanos disfrutemos de los lugares públicos.

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